Tres jóvenes apostaron a producir leche y brindar servicios a sus pares en Santa María Norte, distrito que sólo conserva 20 de los 140 tambos que tuvo 40 años atrás. Apostaron por genética Pardo Suizo para un rodeo más rústico y leche con calidad diferencial. También al picado de forrajes en el nicho de productores de menor escala.

Santa María Norte, en el departamento Las Colonias, es el escenario de una historia de vocación productivista que protagonizan tres jóvenes decididos a crecer en su lugar. Con el tambo como motor económico, se lanzaron a innovar en genética lechera y más tarde a diversificar el riesgo con una fuerte apuesta: brindar servicio de picado y ensilado de forraje a sus pares de la zona.

El punto de partida es el Establecimiento La Aurora, tambo familiar de Sergio y Sebastián Claussen. A ellos se sumó Nicolás Oberlin para comprar entre los tres una picadora y fundar Agrosilos SA, empresa que al poco tiempo incorporó otra máquina y un tambo.

Con su trabajo resisten el despoblamiento productivo, que se refleja en la caída a sólo 20 establecimientos lecheros de los 140 que -aseguran- hubo en el distrito 40 años atrás. Puertas adentro con la incorporación de genética Pardo Suizo, de grandes cualidades para ganar eficiencia. Y hacia fuera dando atención a quienes tienen escasa superficie para producir alimento animal y por ello se vuelven menos atractivos a los prestadores de un servicio clave para el tambo.

Ventajas

Sergio, el mayor de los tres, puso primera unos 20 años atrás luego de haber visitado Suiza como parte de un programa de intercambio. De allí volvió decidido a probar la genética lechera de sus ancestros. Y sin más elementos que el entusiasmo compró las primeras dosis de semen después de mucho buscar. Más tarde se dedicaría a investigar en profundidad sobre la raza.

Comenzó «despacito, con miedo» a inseminar y a cruzar su plantel Holando con la Brown Swiss o Pardo Suiza (también llamada Pardo Alpina). «Resultó ser que me llevé una sorpresa más que grata», cuenta, porque comprobó en la práctica lo que había comenzado a estudiar sobre la raza una vez que ya la tenía en el campo.

La primera característica que destacó Sergio es la longevidad, lo que traducido a la gestión del tambo implica un menor costo en animales de reposición. Muy atractivo, «teniendo en cuenta lo caro que es hoy criar una vaquillona para que llegue a dar leche». Por lo tanto esos 2 o 3 años más de vida implican menos descartes. Como ejemplo relató el caso de «una de las primeras vacas que nació», que ya tiene 13 años y parió recientemente su 11° ternero, mientras con las Holando «como mucho con cuatro lactancias se tienen que descartar» porque empiezan con problemas para preñarse o en las patas.

De ahí la otra ventaja que encontró en la Pardo: patas fuertes producto de la selección natural en el pastoreo de montaña en los Alpes. «Tiene una estructura muy fuerte, una rusticidad muy importante», aseguró, lo que además se traduce en mayor fertilidad, otro punto a favor versus las Holando, que si bien alcanzan mayores picos de producción individual «no son tan fáciles de preñar». En toda la lactancia, asegura, no hay demasiada diferencia en litros entre las razas, pero sí nota que la suiza «no hace un pico de producción como la Holando, que capaz te hace 50 litros en un momento, pero va a llegar a los cuarenta y pico y ahí se mantiene hasta el secado, no afloja».

Otro rasgo de rusticidad se nota en verano: «están comiendo al sol cuando las overas ya se vuelven a la sombra». Al respecto sostuvo que «ese rato más que se quedan comiendo ya les da un plus». Esa tolerancia al calor le aporta un gran valor en la cuenca santafesina, donde el stress térmico puede ser muy alto. «La Holando necesita mucho manejo e inversión en estructura para darle sombra», dijo Sergio, y aunque a las pardas también le proveen bienestar, «se defienden mejor cuando las estructuras no son las mejores».

Como si fuera poco, la raza también ofrece una leche con mayor cantidad de sólidos y la posibilidad de un mejor precio por parte de las usinas. «Dan casi 4% de grasa y 3.5% de proteína; eso implica mayores sólidos totales y esos litros que quizás se resignan respecto de la Holando se recuperan tranquilamente». Incluso hay un diferencial: «la lactosa y la proteína que tienen las leches de las razas oscuras se digieren mucho más fácilmente y el consumidor lo está pidiendo». Se trata de la proteína A2A2, muy buscada por esa cualidad «y se paga mucho mejor».

De a poco, con inseminación, va tomando predominio la genética Pardo Suizo; la idea es llegar a un rodeo 100% de esa raza.

El manejo

Los tiempos biológicos y la dinámica del tambo son largos, por lo que Claussen aún no llegó a un rodeo 100% Pardo Suizo, pero va en ese camino. «Hay un mix», aclaró, porque aún subsisten algunas de las primeras F1 con las que se siguieron inseminando y son «pardas casi puras», además de un grupo de Holando «que tenemos que seguir inseminando y preñando con Pardo». A veinte años de iniciar el proceso remarca: «hay que tener paciencia para ver los logros».

A medida que fue aumentando la sangre parda en los animales el productor no observó grandes diferencias productivas, pero sí morfológicas. «Las que tienen un 80% de genética parda muestran una ubre perfectamente insertada, veo que son vacas que no van a tener ubres descolgadas nunca; o sea: mejoró el tipo de animal, lo ves y es hermoso».

Actualmente «La Aurora» tiene 150 vacas en ordeñe, de las cuales 40 o 50% son pardas y el resto Holando. El rodeo se maneja en dos lotes, uno con las recién paridas que orillan los 30 litros diarios de promedio y el de cola con una media de 23. «En el rodeo general el promedio que dio el último control lechero es 26 litros; podríamos haber estado mejor pero nos pegó la sequía en la oferta de alimento», ya que la base es pastoril con suplementación de silo y balanceado. Actualmente la carga es de 1.8EV/Ha, aunque Sergio indicó que tienen margen para aumentarla. «Hay más hectáreas, la idea es ir sumando más vacas y llegar a 200 o más vacas en ordeñe, pero siempre acompañando con infraestructura», explicó, ya que el clima «juega muchas malas pasadas» y entonces hay que estar preparados. «No es cuestión de amontonar vacas nomás».

La dieta, se reparte 60% en pasturas (alfalfas puras o consociadas) y verdeos, más alguna soja de pastoreo en verano, mientras un 30% es silo (de maíz y sorgo) el 10% restante se compra balanceado, «que es lo único que entra de afuera».

El manejo reproductivo se basa en inseminación y desde hace dos años detectan celo con parche, lo que mejoró la tasa de preñez. Para las vaquillonas hace unos años incorporaron semen sexado para acelerar el ciclo de reposición, ya que evitan comprar animales. «Al sistema que apunto me resultaría complicado salir a comprar Pardo porque no somos muchos los locos que estamos con esto».

La próxima etapa que proyecta, además de sanear el rodeo hasta tener 100% Pardo, será «pelear un poco el precio porque será una leche distinta». Hoy comercializan la producción en pool con otros tambos de la región y cobran por litro.

La diversificación

Hace unos años, en 2012, Sergio y Sebastián pensaron en «diversificar» el negocio familiar y junto a Nicolás planearon comprar la picadora para ofrecer servicio de ensilado. «Después, como soy loco de las vacas y se dio la oportunidad alquilamos primero un tambo en la zona y después lo compramos; ahora pertenece a la sociedad», dijo Sergio, y añadió que implementan el mismo sistema de trabajo que en La Aurora.

El negocio del picado fue el que «apuntaló» al principio al nuevo establecimiento para que pueda crecer. «No es un rubro fácil el del picado, porque hay un momento del año, en enero, que están todos los maíces juntos, se arma un cuello de botella con mucha demanda y se tensa la relación con los clientes».

Para posicionarse en la prestación del servicio apuntan a la calidad de trabajo y la franqueza en la relación. «No decirle al cliente algo que no vamos poder cumplir». Además considera que el rubro tiene un gran futuro «porque todos los sistemas van a una concentración con mayor cantidad de hectáreas para reservas», que es la única manera de intensificar la producción.

Sebastián y Nicolás recordaron que la idea de entrar en el negocio se disparó por la escasa oferta en la zona. «Las empresas de acá se hacían grandes y se iban», dijo el primero. «Los clientes son chicos» con 4 a 10 hectáreas destinadas a forraje para silo, y la empresa migran en busca de quienes tienen 100 porque «son mucho más redituables».

Un poco por arraigo, otro por visión de negocio se dijeron: «vamos a armar un servicio para quedarnos acá». Y una simpática anécdota demuestra la vocación trabajadora que también pesó: entre irse de vacaciones a Miami o comprar la máquina eligieron la herramienta. No sólo eso, se sentaron con poco más de 20 años frente al concesionario sin ningún aval a intentar la operación, que sólo pudieron concretar luego de vender un departamento.

Ya en marcha se fueron armando en base a la necesidad de la zona (San Jerónimo Norte, Santa María Norte, Pilar, Las Tunas) donde los clientes son muy similares. «Por eso no son máquinas grandes, preferimos comprar una segunda máquina chica para atender dos a la vez o ser más rápidos», acotó Nicolás.

Mejora. Ubres insertadas, una de las evoluciones que muestran los animales gracias a la cruza.

Amigos y enemigos

El negocio del ensilado incluye conocer el ciclo agrícola del cliente, por lo que deben estar al tanto de cuándo siembran para saber en qué fecha necesitarán picar y así diseñar la logística. «Ahora llovió y salieron 50 o 60 sembradoras a sembrar 15 a 20 hectáreas por día; eso repercute dentro de 178 días cuando hay que picar todos esos maíces en dos semanas; entonces ahí empieza la época de trabajar las 24 horas y estar en dos lugares a la vez», resume Sebastián.

Es el punto crítico para cumplir con la premisa de brindar un servicio de calidad. «Todos quieren que estés el día óptimo, si no llegás sos el enemigo número uno. Por eso nosotros en enero juntamos muchos mucho enemigos, que después se amansan», se ríen. Tensión que crece, por ejemplo, ante un pronóstico de lluvia que desespera a todo el mundo para picar antes. Y tienen motivos: «si no hacés reserva no producís en invierno», admiten.

En campaña trabajan 20 personas. Sebastián y Nicolás, en el rol de gerentes generales, se ocupan de coordinar la logística, que comienza en un mes con los llamados a los clientes para conocer variedad, fecha de siembra y cantidad de hectáreas. «Así se arma la vuelta» que van a hacer en enero, aunque la palabra final la tiene el clima en el momento de la acción. Trabajan las 24 horas en dos turnos y para no perder tiempo se estoquean de repuestos que puedan necesitar ante una rotura en campaña. Y también hay que saber decir que no cuando no se llega, «porque un bu¿en servicio lleva tiempo».

Porque la clave de un buen silo es una planta a punto para picar y grano con una dureza justa; y la compactación adecuada en la bolsa. «Teniendo cubierto eso el silo no falla». Si el cliente lo prefiere se incorpora inoculante, medición de Materia Seca o quebrar más el grano, entre otras posibilidades.

«Todavía no tiene techo el negocio», afirmaron, producto del constante crecimiento en el uso de silo para incrementar la producción de los tambos como estrategia de supervivencia. «Cuando empezamos con el servicio más o menos se hacía medio metro de silo por vaca lechera, hoy se está trabajando en 2 metros por animal total, incluyendo todas las categorías, excepto la estaca», concluyen.

FUENTE: Juan Manuel Fernández/Campolitoral

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