En el marco del evento «Huellas de tradición», el artista llegó a Nuevo Torino con su exhibición de aperos y ponchos. La indumentaria y la evolución de las tareas rurales.
Si algo caracterizó al gaucho argentino a lo largo de la historia fue su capacidad de adaptación al entorno y a sobrevivir en la hostilidad. «Resiliencia» le dicen ahora, a aquella facultad ancestral de nuestros criollos de sobreponerse a todo y en todo lugar. Además, lo hizo con la altivez propia de una estirpe orgullosa de sus saberes, que se reflejó en su vestir y andar por las Pampas, forjando los destinos de la Nación.
Para José Sísaro, esos secretos centenarios que cuentan historias han sido la pasión de su vida, y la ha ido volcando en un fino arte en platería criolla y en una colección digna de admirarse.
«Siempre me gustó la platería, los caballos y la tradición», confiesa a Campolitoral. Y detalla que a este evento trajo una selección compuesta de un lomillo chapeado, (típico de los estancieros de 1840) que era lo que se usaba en la llanura. También un lomillo picazo, (propio del capataz o mayordomo), que usaba para trabajar. Y un basto chapeado, más entrando a los 1880 y en los albores del Siglo XX. «También un basto de pasadores largos, que es la transición del basto chapeado. Se usó mucho en Mataderos y toda la provincia de Buenos Aires. Y un basto de Alianza que tiene un pretal de pensamiento, que era bien clásico de la zona de Mataderos, cuando se trabajaba mucho en los corrales», explica José, en relación a los recados más cortos, propios del trabajo en los corrales.
La historia, de a caballo
Sísaro se retrotrae al comienzo de la ganadería, para explicar con docencia la evolución del recado en base a la transformación de la actividad. «El lomillo se usaba con el desjarretador, en los comienzos de la ganadería. Una lanza con una media luna que a campo (como no había corrales) se enlazaba el novillo y se le cortaban los garrones. Cuando caía, lo degollaban y lo cuereaban, todo a campo. Para ese trabajo se usó mucho el lomillo».
Más tarde, nos cuenta que el basto chapeado fue la transición del lomillo al basto, «que era un lomillo cortado a la mitad con los dos chorizos abiertos cada uno con su tapa, más cómoda para ensillar. Con el pretal. El cirigote se usó mucho en la Mesopotamia con el pretal y el bate cola, como eran campos quebrados, para que el apero no se desplace en el lomo del animal».
Por último, explica que también estaba el basto de pasadores largos «que fue una transición del basto chapeado, ya el paisano no quería tanta chapa en la cabeza, y hacía los caños con las sogas por dentro».
Motivo de orgullo
Sísaro sostiene que en Argentina tenemos la diversidad más grande de aperos del mundo. Y que cada provincia tiene su idiosincrasia de aperos, ya que el gaucho siempre se acomodó al entorno. «La habilidad de adaptación como los guardamontes en Salta para los espinillos, por ejemplo. Allá los lazos son torcidos y cortos, cuando el lazo de la llanura es trenzado y largo, porque hay que enlazar más lejos».
«Una vez estuve en España y don Álvaro Domecq (criador de los toros Mihura) nos dijo que nosotros tenemos una calidad de aperos increíbles, y que además se caracterizan por el lujo». Y sentencia que el apero lo es todo para el jinete, ya que «nuestra equitación se basa en el asiento, la boca es un accesorio. Entonces, los aperos siempre cumplieron un rol fundamental. Y en nuestra inmensidad, quedarte de a pie implicaba que se te iba la vida. Además, los peligros constantes, el indio. Y al caballo se lo cuidaba mucho, había paisanos que dormían con el caballo atado al pie», destaca.
Por último, José reconoce que esta es su pasión. «Me encanta la tradición, cuando veo un caballo bien ensillado me da placer, si está bien armado y prolijo, es algo que te pone la piel de gallina» dice, y se le enciende más la mirada.