La red caminera rural en casi toda su extensión es de calzada natural y su mantenimiento está basado en periódicas remociones de suelo y perfilamientos con motoniveladoras que exponen la superficie del camino a los agentes naturales (viento y agua) y antrópicos (circulación) que generan erosión. Un artículo de Ricardo Pozzi.
Fuente: CREA
Ese proceso ha generado hundimientos de los caminos con respecto al relieve original, haciendo que en situaciones de excesos hídricos los mismos se transformen en verdaderos “canales” que colectan y conducen el agua de las áreas vecinas, además de perder la condición para ser transitados. Por otra parte, el sistema tradicional de mantenimiento de caminos requiere de cantidades crecientes de recursos económicos para lograr mejoras de escasa duración.
La asociación está integrada por una red de actores vinculados a los caminos rurales, entre los cuales se incluyen municipios y comunas de la provincia de Santa Fe, organizaciones de productores y de profesionales, empresarios agropecuarios, profesionales independientes, universidades e instituciones educativas, todos con el mismo interés de mantener una red de caminos rurales transitables mediante prácticas sostenibles y que promuevan un cambio sustancial en la conservación y mantenimiento de caminos con calzada natural, de maneta tal de ser capaces de prestar los servicios que los actuales niveles de producción demandan.
No existe una “receta” única para todas las situaciones, sino casos diferentes que, con sus particularidades, requieren ser gestionados con criterios específicos, pero siempre con una mirada integral sobre la dinámica de la cuenca hídrica.
Un evento que contribuye al deterioro de los caminos rurales es el cambio climático: desde la década de los 70’, se han incrementado los caudales de lluvias en la región pampeana, hecho que facilitó la expansión agrícola, pero también complicó la cuestión logística. Durante la década de los ’80, en la provincia de Santa Fe, por ejemplo, se sembraban con cultivos anuales aproximadamente 3,80 millones de hectáreas, que equivale a casi la totalidad de la superficie con aptitud de uso de suelos I a III. Y el 65% de la superficie sembrada correspondía a los cultivos de soja, maíz y trigo. A partir de la década de los ’90, la superficie cultivada pasó a ser de 5,50 millones de hectáreas al incorporar suelos de clase IV e ingresando también sobre muchos de clase V y VI.
Ese proceso, conocido como agriculturización, se instrumentó de manera temprana y con mayor magnitud en el departamento santafesino de Gral. López, donde de las 1,10 millones de hectáreas que tiene como superficie, algo más de 750.000 hectáreas se siembran con casi el 70% ocupado con soja, mientras que el área restante es sembrada con maíz con una baja proporción de dobles cultivos anuales.
La cuestión es que tanto el maíz como la soja consumen alrededor de 550 milímetros durante su ciclo agrícola y con lluvias promedio de 900 a 1000 milímetros anuales, la mitad del agua entonces es consumida por los cultivos y el resto se divide en dos partes: una queda como reserva en el suelo y la otras escurre como exceso hídrico para terminar colmando bajos, lagunas y caminos rurales.
En un trabajo que realizamos en el distrito santafesino de Maggiolo (RPM Consultores; Memoria Comuna de Maggiolo 2020), un ambiente en general representativo de buena parte de la pampa húmeda, detectamos 174 hectáreas de área urbana, 1019 ocupadas por caminos, 8061 áreas anegadas de manera permanente o temporal y aproximadamente 58.697 hectáreas productivas. Por cada centímetro (10 milímetros pluviométricos) de agua que escurra del área productiva y se concentre en los caminos rurales, calculamos un anegamiento de 57,6 centímetros sobre la cinta de caminos, con la tremenda erosión que eso representa. Si esa agua se pretendiese concentrar en los bajos, las áreas anegadas ascenderían en más de 7,0 centímetros. Por otra parte, aumentar la velocidad de concentración del agua en superficie obligaría al sistema de drenaje evacuar grandes volúmenes hidrológicos en poco tiempo, para lo cual se debería sobrestimar el diseño hidráulico de canales y puentes, algo que no es por cierto económico y requiere una gran movilización de recursos.
Un viejo paradigma sostiene que los buenos caminos deben ser bien abovedados, con cunetas limpias de vegetación para favorecer el rápido desalojo del agua sobrante. Pero el abovedamiento provoca erosión tipo “serrucho” para colmar de material fino las cunetas, lo que obliga a frecuentemente remover y traer tierra hacia el centro de la vía de circulación; a su vez, en eventos de grandes precipitaciones, esas cunetas terminan igualmente erosionadas.
Cada vez que se remueve el suelo y se lo deja suelto, los caudales generados después de las lluvias no sólo contribuyen a la formación de huellas, sino también a la erosión, lo que obliga nuevamente a intervenir con remociones en forma ininterrumpida (con el costo adicional que ello significa). Un ejemplo claro es observar caminos con diferencias de 150 a 200 centímetros –o incluso mayores– respecto del nivel de los campos, con alambrados derrumbados por erosión retrocedente.
Si la pendiente es a favor de la dirección de los caminos, se generan bruscos desniveles y cunetas profundas, donde para poder poner otra vez en condiciones la transitabilidad se acota el ancho de los mismos. La remoción frecuente con maquinaria pesada (motoniveladoras, tractor con discos, etcétera) no trae finalmente ventajas, es altamente costosa y aumenta la vulnerabilidad.
Por lo tanto, estamos contribuyendo a la erosión de los caminos. Si seguimos haciendo lo mismo, habrá un creciente deterioro aunque tengamos la ilusión de que puntualmente los arreglamos y mantenemos. Las consecuencias de este manejo de caminos son los efectos devastadores de la erosión hídrica y, en menor medida, la eólica, que literalmente se los “comen”, ya que dejamos los suelos desnudos y removidos.
Además, debido a la erosión creciente en las cunetas, cada vez se hacen necesarias alcantarillas de mayor diámetro y más deprimidas, ya que los accesos a los campos quedan “colgados” y muy altos, cortando el agua las calzadas. Al estar las calzadas más cerca de las napas, se hacen más inestables y hay demanda creciente de retroexcavadoras para canalizar y efectuar alteos utilizando el suelo extraído de las cunetas.
Es necesario entonces cambiar la mirada por un sistema de mantenimiento diferente al realizado en las últimas décadas. Lo mejor para estabilizar las calzadas es rellenar los pozos o depresiones, con piedra por ejemplo, mientras que en el resto de la calzada se debe permitir el crecimiento de pasto, de manera tal que sea el mismo suelo el que promueva el “secado” de los excesos hídricos.
Este costo adicional que genera el aporte de piedra se “paga” mediante el ahorro de recursos económicos al evitar el uso constante de maquinaria pesada, siendo lo ideal, claro, contar con los recursos económicos necesarios para empedrar el 100% de la calzada de los caminos principales.
Otro aspecto considerado muy importante es el mantenimiento de veredas con corte de pasto y cunetas con vegetación, de manera de ralentizar la velocidad de los escurrimientos hídricos y aportar biodiversidad, para lo cual es necesario proponer a los frentistas que no apliquen herbicidas a los bordes de los alambrados. Si lo que preocupa en esos bordes es la presencia de malezas problemáticas que puedan ingresar a los lotes de producción, una salida eficiente es el voleado de especies con floración a lo largo del año, como vicias, tréboles y gramíneas como festuca y cebadilla, las que no sólo reemplazarán a las malezas, sino que contribuirán a atraer a insectos polinizadores.
El gasto en equipos viales, motoniveladoras, niveladoras de arrastre, tractores, discos, retropalas, como así también en repuestos, reparaciones, combustibles, lubricantes y demás, disminuye drásticamente con nuestra propuesta y se incorpora la cortadora de pasto como herramienta esencial, que es mucho más económica. Con la diferencia de costos que ahorramos, adquirimos materiales (piedras, escorias, etcétera) para ir estabilizando las calzadas en zonas bajas, como prioridad, y con el paso de los años podemos ir estabilizando cada vez más tramos de caminos.
Fomentar una cultura de cuidado de caminos durante los períodos de lluvias, respetando tiempos prudenciales para permitir el oreado y firmeza de la cinta vial, es una cuestión vital que no se suele tenerse en cuenta. En ese aspecto es fundamental la presencia comunal permanente, comunicando y asesorando a los usuarios de caminos rurales, para que adopten conductas responsables.
Creemos, en definitiva, que es fundamental la integración de los caminos al concepto de territorio y que todos somos responsables de su uso sustentable.
Asimismo, AACRuS promueve la forestación dentro de los predios rurales a modo de defensa contra la erosión y para promover un mayor consumo hídrico que aporte menos residual hidrológico a los caminos, bajos y lagunas.
Entre las comunas y municipios de Santa Fe que adhieren a AACRuS se incluyen a la fecha Arequito, Arteaga, Bustinza, Chabás, Chañar Ladeado, Elortondo, Godoy, Luis Palacios, Sargento Cabral y Villa Eloisa.
Un mayor detalle de la propuesta de AACRuS puede encontrarse en el libro “Caminos rurales, de la degradación a la sustentabilidad”, el cual puede verse de manera gratuita aquí.
Ricardo Pozzi. Asesor del CREA San Jorge-Las Rosas, integrante de AACRuS y representante de CREA en el Observatorio Santafesino de Suelos (OSS) de Santa Fe.