A estos dos productores ganaderos de Santa Fe y Corrientes, la guerra de Malvinas les marcó la vida. 40 años después, su historia sigue viva.

Ricardo De Giorgio había iniciado la carrera de Veterinaria en Esperanza, cuando en 1982 recibió el llamado de la conscripción. Le tocó la Armada, y hacia allá partió desde su Helvecia natal, para prestar servicio en un buque enorme: el “General Belgrano”.

“Zarpamos un 16 de abril de 1982, navegamos 4 o 5 días, llegamos a Ushuahia, y después entramos a operar e la Zona de Exclusión, junto con dos buques de escolta que contaban con sonar, ya que el Belgrano no tenía», le cuenta a EL CAMPO HOY.

A bordo. La única foto que le queda a De Giorgio (extremo derecha) de la época embarcado. «Las otras las perdí en el naufragio», dice.

«Estábamos descansando, era le cambio de guardia. Se cortó la luz, se paró todo, estábamos unos dos pisos de la cubierta principal, pero nos dio tiempo para poder salir de forma ordenada. Ya había agua, pero estábamos organizados, habíamos practicado, y cada grupo sabía dónde estaba su balsa, pero la nuestra estaba pinchada, así que tuvimos que cambiar a otra, y en una que tenía capacidad para 20 personas entramos 31», continúa Ricardo, rescatando diapositivas dolorosas de aquella infausta jornada.

Sobrevivir

El mar todavía estaba relativamente tranquilo, por lo que pudieron atar varias balsas juntas. Pero después se empezó a picar, se desató una tormenta, con grandes olas, «y para que no nos lleve a todos, decidimos soltarnos y que cada balsa de defienda por sí sola, sino atados como estábamos, nos iba a tumbar a todos. A nuestra balsa nos levantó el buque Bouchard al otro día, como a las 6 o 7 de la tarde», continúa Ricardo.

Consultado sobre la suerte que corrieron sus compañeros, reconoce que varios quedaron ahí, y se fueron con el barco. Pero que desde entonces el campo le ha permitido distraerse con el trabajo y no estar pensando en todo aquello. Y seguir adelante.

«Al volver, charlando con otros marinos, me decían que iban a tener que pasar 30 años para que reconozcan todo lo que significó, y creo que de a poco es algo que ha ocurrido», admite con la voz quebrada por la emoción.

Hoy, junto a su familia, está volcado de lleno a la producción ganadera, reconoce su debilidad por la raza Braford, y junto a su hijo Federico recorre a diario los rodeos. «El campo me hace bien», reconoce.

Pura estirpe guaraní 

A Ernesto Peluffo también lo encontramos en el campo, trabajando. «Gracias a Dios terminó la sequía. Las lluvias de febrero y marzo de forma esporádica permitieron que se corte la seca, el campo está verde, se llenaron las aguadas, pero le falta fuerza a ese pasto para que se recuperen un poco los animales», admite.

40 años atrás, era cadete de 4 año del Colegio Militar de la Nación, «y por la guerra nos interrumpieron los estudios, egresamos de golpe y llegué como subteniente en comisión el RI 12 General Arenales de Mercedes».

Cronológicamente revive las etapas del traslado: Salimos un 15 de abril, primero en tren, luego en avión hasta Comodoro Rivadavia, y cruzamos en avión a Malvinas el 25 de abril».

Se quedaron. Peluffo resistió el desembarco inglés en San Carlos y protagonizó el combate de Puerto Darwin, frente a un enemigo abrumadoramente superior.

Y hace énfasis en un detalle poco conocido. «Completamos el armamento, el equipo, pero fuimos con el armamento portátil e individual, ya que los camiones, Unimog, las ambulancias, carros aguateros y cocinas de campaña (toda la logística) tenía que cruzar por mar pero nunca pasó a las islas por el bloqueo británico. Eso hace mas loable el sacrificio y la entrega del soldado argentino que sin tener todo sus equipos combatió y causó bajas al enemigo».

Como si fuera poco, le tocó protagonizar uno de los capítulos más sangrientos de la contienda. «Me combatir el 28 de mayo en Darwin, después del desembarco inglés. En ese combate a mí me hieren, primero en una pierna con una esquirla de mortero, y después un tiro de fusil en la cabeza. Que me perfora el casco, me roza el cráneo y me saca la punta de la oreja», detalla.

Para él, la guerra había terminado. «Caigo prisionero, soy evacuado a San Carlos, y esa noche la pasamos a la intemperie. De ahí al Buque Bahía Paraíso, y luego al continente, la evacuación, me operan».

Aún seguía la guerra cuando lo evacúan y lo llevan al hospital naval de puerto Belgrano donde lo operan y se enteran de la rendición. «Cuando escuchamos ese comunicado de la rencidión, nos reunimos en las camas, en sillas de ruedas, en muletas, delante del TV: cantamos el himno, apretamos los dientes y se nos escapó alguna lágrima, sentimos la frustración de haber perdido al guerra, que nuestro esfuerzo no había alcanzado», expresó con impotencia.

Después, la recuperación fue lenta, y la reinserción paulatina, pero pudo continuar su carrera militar durante 38 años hasta llegar a Coronel, aunque «siempre me pregunté porqué no había quedado allá, si muchos de mis soldados no pudieron volver». Su Regimiento tuvo 13 muertos y más de 20 heridos.

Tal vez, porque su misión no terminaba allí. «A lo algo de los años para dar testimonio del coraje de mis soldados, de su sacrificio y entrega; para tratar de proyectar mi vida y de concretar algunas cosas: fui esposo, padre, abuelo, y el mejor soldado que pude, para prepararme siempre. Eso me ayudó a a seguir. Durante 10 años estuve trabajando ayudando a los camaradas en un departamento de veteranos y un centro de salud en Curuzú Cuatiá, donde trabajamos atendiendo a los veteranos con siquiatras, sicólogos,  enfermeros a cargo, los atendíamos, hicimos muchas juntas medicas».

Volver al campo

Respecto al campo, destaca que «no es nuevo para mí, es sangre de mi sangre, era de mi tatarabuelo, por 7 generaciones venimos en el campo, vengo al campo desde chico en cada licencia, y no soy ajeno a las actividades rurales. Mis padres lo cuidaron durante 30 años, ya hora estamos con mis hermanos. Me aparté y con mis hijos y nietos sigo adelante, somos todos parientes, los tataranietos que seguimos como productores rurales».

Finalmente, apunta al legado: Malvinas es la Patria, Malvinas duele. En el corazón, en la mente, en la memoria del pueblo de la Nación argentina. Es una materia pendiente, pero el sacrificio de nuestros soldados y civiles sirvió para cortar con los 150 años de ocupación, hoy es un territorio en disputa, y eso impidió que pase a ser un territorio soberano inglés, gracias al sacrificio cortamos con eso. Es una verdadera causa nacional, legítima, inserta en la Constitución Nacional como un objetivo irrenunciable que une al pueblo detrás de nuestra bandera celeste y blanca, todos se encolumnan sin distinción de razas, religión ni partido político, Malvinas Vive, y son nuestras».

EL CAMPO HOY

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